Holi.

Pues yendo a comprar la cena (kebap grasiento antes de ponerme a dieta), he pasado por delante de una pareja de jóvenes, tendría poco más de veinte años, estaban sentados en un banco. Hablaban, mientras comían golosinas. Esta visión me hizo retrotraerme a mis años de colegio, donde nos conformabamos con poco más que eso.

Pasaba la tarde con ese chico con el que llenaba mi agenda de la superpop con nuestros nombres, nos sentabamos en cualquier parque, imaginando el futuro, un futuro que nada tiene que ver al futuro de hoy,  acariciándonos el pelo, lejos de preocupaciones.

Y la despedida. En el portal. Invadidos por la tensión del final. Nerviosos. Un beso tierno, dulce, primerizo, sin sacar la lengua de la boca, por miedo a quedar enganchados para siempre. A la luz ténue de una farola, que alumbraria muchos otros besos futuros...

Y me iba a la cama siendo otra persona, o eso creía yo. Rebosaba felicidad. Como si esas dos horas hubiesen sido las mejores de mi vida. Con que poco éramos felices entonces.



...en cambio ahora. Lo queremos todo. Por derecho. Porque sí. Exigimos, pedimos. Como si las personas tuvieran dueño. Afortunadamente, no todos somos así. Aunque lo hayamos sido en algún momento de nuestra vida.

Hoy, después de todo lo vivido, sigo conformandome con muy poco.  Que bonito es dejar vivir...

...y vivir, sintiéndose libre.

Qué cosas.














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