ÉRASE UNA VEZ UNA CARTA




Érase una vez una carta. 

Cuando alguien le escribe una carta a alguien, y además la hace conocedora de este hecho desde el principio, la lógica apunta que esa carta será enviada su destinatario. Quizá pierdas algo de tiempo extra eligiendo el sobre, seleccionando un bonito sello, o incluso buscando un buzón. Pero tarde o temprano la carta llega. 

Pero...¿Y si la carta no llega nunca? Quizá correos la perdió. Quizá la dirección se escribió mal.

No pensé que una simple carta se convertiría en una analogía, o una metáfora en sí misma. Ahora mirado un poco más desde fuera (no tan fuera como me gustaría), esta carta representa una situación muy concreta en mi vida, la cual escribiré en algún momento.

Y es que puedes pasarte toda una vida esperando algo. O a alguien. Siempre y cuando conserves un mínimo de fe cristiana (sin ser nada de eso yo), bueno...o que te la den a cuentagotas.

Dejando las metáforas a un lado, os diré que a veces las cosas nunca llegan, y aunque lo sabes, el poder de autoengaño que una persona puede tener, es directamente proporcional a las ganas que tenemos de que algo pase, es decir, podemos construir una idea, un sentimiento, una excusa, incluso a una persona, de la más absoluta nada.

Y así nos va. Comprando casas, habiendo visto solo el recibidor.

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