Me atrapan las personas.





No me atrapan las ciudades, me atrapan las personas. Desde siempre.
No siento que pertenezca exactamente a ningún sitio, siempre pertenezco a un sentimiento (Un sentimiento que en su mayoría de veces me ha llevado a la autodestrucción). Y donde eso tan abstracto me lleve, es donde quiero estar.

Podría habitar en cualquier parte del mundo siempre y cuando tuviera a alguien a quien querer. Así soy yo. Alguien me dijo una vez que existen dos tipos de personas: Las que están hechas para querer, y las que no. Obviamente yo soy de las primeras, sin duda alguna. 

No importa lo rota que venga del viaje. No importan las cicatrices, yo siempre vuelvo a por más. Como arquitecta emocional que soy, lo mío es construir (Y reconstruir), a mí misma y a los demás. Y por si esto no fuera suficiente virtud, siempre me queda algo que ofrecer, y lo más extraño de todo es que siempre es nuevo y bonito. Siempre, sin excepción. Y casi resignada digo, que nunca nadie estuvo a la altura de tal maravillosa circunstancia.

Que poco valor se le da a algunas personas. Y qué rabia me da esa expresión tan demodé y del siglo pasado, de: "Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde". No estoy descubriendo América, pero en cada momento de mi vida, en cada instante, he sabido ver y querer a lo que he tenido al lado, incluso he valorado a [introduce cualquier persona humana aquí] por encima de mis posibilidades. Nunca he dejado ir a nadie. Jamás. Aunque me haya costado mi salud mental. En cambio, a mi me dejaron ir varias veces, y la verdad, cerré de un portazo, porque donde no te quisieron, no hay que volver ni para preguntar el camino.

Por eso, podría vivir en cualquier parte del mundo, con una única condición innegociable: Que quieran que me quede siempre y que nunca me dejen ir.



xxx


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